Todas las teorías afirman que el ser humano es un ser al que le gusta relacionarse y vivir en sociedad, pero es curioso como a veces necesitamos esa soledad para poder encontrarnos a nosotros mismos, saber qué queremos, quienes somos, qué buscamos.
Esta semana he conocido a alguien muy especial, y digo especial en todos los sentidos, tiene mucho carácter pero es fácil de sobrellevar, ha vuelto a sonreírme todas las mañanas, me prepara el café y las tostadas de mantequilla, me ha ayudado a decidir qué es lo que quiero hacer, a darme cuenta de qué, con veintitrés años, puedo y quiero comerme el mundo por todos lados, a ver el vaso medio lleno todos los días, me aconseja, me cuida y me abraza por las noches, soy yo.
He estado desaparecida, pero ahora estoy aquí, resurgida cual ave fénix; he tenido mucho tiempo para pensar, para pensar en mi misma, para ver lo complejas que pueden a llegar a ser las personas y a aceptar las decisiones de los demás, porque cada uno decide según cree conveniente para él o ella misma, no soy nadie para juzgar a los millones de seres humanos qué hay en el planeta, ninguno puede saber qué pasa por la cabeza de cada persona a cada instante.
He descubierto en mi soledad, no física, mental, qué nos preocupamos demasiado por las ideas de los demás, por saber qué quieren el resto de personas, amigos, familiares, conocidos e incluso desconocidos, pero no pensamos en aquello que queremos nosotros ni en entender sus pensamientos; siempre he tenido muy claro lo que quería, tome mis decisiones hace tiempo, pero ahora me he dado cuenta de aquello por lo qué quiero pelear de verdad, con uñas y dientes hasta el fin, por quererme a mi misma y quizás suene egoísta, pero si no encontramos la felicidad con nosotros mismos no podremos encontrarla ni mostrarla a nadie más
Las decisiones que tomamos hacen a las personas, pero no podemos juzgar sus actos cuando no somos capaces de entendernos a nosotros mismos.
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