Los reencuentros son siempre complicados, porque has dejado demasiadas frases en la despedida previa, los abrazos y las sonrisas que se quedaron la última vez. Cuando volvéis a encontraros piensas si todo eso seguirá ahí, si las luces seguirán encendidas y la calidez con la que te despediste estará latente. Y en esas estaba, esperando el reencuentro, sentada en mi sofá blanco, con una camisa verde militar, unos vaqueros y subida a unos stilettos negros que me habían costado un ojo de la cara, pero merecería la pena, o eso llevaba pensando desde que habíamos planeado la cena en mi casa hacía dos días. Yo haría la cena, de primero ensalada de manzana, espinacas y queso de cabra, seguido de tostas de salmón ahumado con mermelada de tomate. El traería el vino, el postre esperaba que fuésemos nosotros, aunque, por si acaso, dejé unos coulant de chocolate preparados para calentar. Sí, me había tirado toda la tarde en la cocina, así que esperaba que mereciera la pena. Sonó el tim